
El héroe troyano Héctor se dispone, después de armarse, a salir al campo de batalla. Al atravesar las anchas calles de Troya se encuentra con su mujer Andrómaca, que llora afligida, y su hijo pequeño Astianacte. Andrómaca intuye el fatal destino que le depara a su esposo y trata de convencerlo para que desista de acudir a la batalla. Ésta es su respuesta:
Así dijo, y en manos de su esposa
al niño puso; y la doliente madre,
mezclando con sus lágrimas la risa,
le recibió en el seno, que fragancia
despedía suave. Al ver su lloro,
enternecióse el héroe, y con la mano
la acarició, y la dijo estas palabras :
"¡Consuelo de mi vida! no afligido
tu corazón esté, que hombre ninguno
podrá lanzarme a la región del orco
antes del día que la dura Parca
me tenga prefijado. Y cuando llegue,
fuerza será morir; porque hasta ahora
ningún hombre, cobarde o valeroso,
el rigor evitó de su destino
desde que entró en la vida. A nuestro alcázar
vuelve ahora a entender en las labores
del telar y la rueca, y las cautivas
cuiden de los domésticos afanes;
que de Troya los fuertes campeones
a la defensa de la patria ahora
todos atenderán, y yo el primero."
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